Los caballos “salvajes” actuales – los mustangs, brumbies, cimarrones y las numerosas poblaciones en islas, desiertos y sierras en todo lado del mundo – descienden de caballos domésticos que escaparon y consiguieron vivir gracias a este comportamiento innato, ayudados por su capacidad de aprender y adaptarse a las exigencias del entorno particular. De manera que son “caballos asilvestrados”, no realmente salvajes como el zorro o el jabalí.
La importancia de observar a estos caballos radica en que nos posibilita conocer cuál es el comportamiento natural del caballo y compararlo con el de nuestros caballos domésticos. Aunque sus deseos instintivos sean iguales, les caracterizan comportamientos distintos, pues en condiciones no naturales, algunas de sus pautas innatas no se pueden completar.
Ciertos caballos se adaptan bastante bien, pero otros exhiben conductas alteradas indicando que encuentran sus condiciones estresantes. Y este estrés también perjudica a su digestión, su fertilidad, su circulación, su sistema inmunológico, su estado emocional – en fin, a su bienestar.
Pero, si no sabemos cuál es el comportamiento natural del caballo, ¿Cómo sabemos qué es un comportamiento anormal? ¿Cómo sabemos reconocer los síntomas de malestar mental y emocional que nos dificultan el entrenamiento y enferman a nuestros caballos, a veces, hasta precipitar su muerte? Para entender la naturaleza del caballo, hay que verlo en ella.
Nuestro guión tiene que ser el del comportamiento del caballo en la naturaleza, pues de este modo podemos ver si se adapta bien a las condiciones que le proponemos o si, por el contrario, somos nosotros los que tenemos que adaptar las condiciones a sus necesidades.
Por eso, empezamos los cursos en los Llanos de Venezuela, donde tenemos la oportunidad de observar y analizar el comportamiento de una manada de cimarrones, (tenemos también el proyecto pottoka más cerca de casa, en Extremadura).