Cómo Aprendo. Bienestar Equino: A Cuestionar

Se habla del mundo ecuestre como si fuera una entidad unida, aunque es más bien un espectro inmenso fragmentado en mundillos distintos – según el país, la cultura, la tradición, la disciplina, la escuela – mayormente ignorándose o incluso despreciándose mutuamente. Cada uno tiene su manera propia y correcta de tratar con el caballo, la que cambia poco, pues los innovadores son pocos: Tod Sloan, el “mono en el palo”, que revolucionó el estilo del jockey de carreras; Federico Caprilli, que hizo lo mismo por los saltadores; los hermanos Dorrance, con su perspicacia sobre la doma. Pero para la mayor parte es un espectro conservador o e incluso reaccionario.
La muserola apretada tan fuerte impide al caballo flexionar la nuca, ya que no puede bajar la mandíbula. La posición forzada de la mandíbula aprieta a la glándula salivar parótida (el hinchazón horizontal por detrás de la frontalera), mientras la presión sobre el bocado deprime la lengua de sangre. El ojo, las orejas y las ollares expresan dolor.

A veces una moda, como la de rollkur, pasa como una sombra sobre la superficie y felizmente desaparece pronto, pero se siguen empleando herramientas inventadas hace milenios, maneras de enseñar de hace siglos e ideales igualmente antiguos. Sin cuestionárlos, quizás por el mero hecho del tamaño del caballo que impresiona a muchos, quizás porque el profesor da respeto o la tradición, quizás (me confiesan) por no parecer ignorantes.

Fuera de este espectro hay una franja invisible, infra-roja o ultravioleta, de personas que siguen sus propios impulsos con más o menos éxito, siendo su único problema que no saben a dónde dirigirse cuando tienen dificultades.

Hay una nueva generación entrando que sí se cuestiona y está formando un mundillo más, por lo visto con la misma tendencia de rechazar los demás mundillos ya establecidos, y teniendo así poca influencia sobre ellos. Pero sus preguntas son universalmente justificables a los de cualquier otro mundillo e incluso a los invisibles si queremos sentirnos coherentes en lo que estamos haciendo.

Primero, ¿por qué queremos ponernos con los caballos? Es verdad que desde los tiempos en que nuestros antecesores los pintaron en las cuevas, alguna gente ha sentido una atracción irresistible hacia ellos: se ve en ciertos niños cuando visitan por primera vez un caballo, aunque no soy psicóloga para saber por qué. Pero hoy en día los caballos no son una parte imprescindible de la vida cotidiana o militar, nadie está obligado a tratar con ellos, es una elección personal. ¿Por qué? Claro, las razones son distintas: la atracción irresistible, el deseo de la envidia de los peatones, el querer entender y cuidar a otro ser vivo, formar parte de un colectivo, lucir en competición, la fascinación de perfeccionar las técnicas o usarlos en terapias…y no sé cuantos más. No estoy para evaluarlas sino para apuntar que a menudo se ignora la única cosa que las une: el bienestar del caballo.

La articulación temporomandibular (ATM). En el dibujo se ha quitado parte de la mandíbula izquierda para revelar los nervios por debajo. Cualquier inflamación de la ATM, causada por forzar la posición de la cabeza con la mandíbula inmovilizada por la muserola, afectará los nervios. Esto perjudica el equilibrio y la coordinación del caballo, entre otros efectos.

Bienestar. Quien quiere disfrutar de la compañía equina, no quiere hacerlos sufrir; quien quiere competir, no ganará con un caballo en mal estado; quien quiere la admiración, no la tendrá con un animal maltratado. Hoy en día nadie admira a un maltratador, sea de mujeres, niños o animales. Ya hemos pasado los tiempos en los que se pensaba que los animales estaban puestos en la tierra para nuestro dominio como dice el Génesis, ni que son mecánicos, sin sensación, emoción o capacidad de sufrir como dijo Descartes. Los avances científicos nos demuestran que el caballo tiene centros emocionales igual de grandes y complejos que nosotros, aunque no parece que tengan la capacidad de racionalizar su sufrimiento.

“Resistencias” o protestas suelen indicar dolor, también revelado por el ojo, las orejas y la cola. Forzar el caballo adelante con la espuela mientras se le bloquea con la rienda, le duele aún más. La presión sobre el bocado con la muserola apretada estresa la ATM.

Entonces ¿por qué el bienestar del caballo está tan ignorado? ¿Por qué no tiene una base firme, estudiada, publicada y legislada, como la de los animales de granja? Por cierto, los malos tratos extremos, como dejarles morir de hambre o sed, están penalizados, pero no hay instrucción ni consciencia general sobre el malestar implicado al encarcelar a un caballo en un box, por ejemplo, sacándolo sin estirarse o calentarse al ejercicio exigente en áreas y posiciones incomodas y castigándole por no querer cooperar. ¿Por qué? ¿Es solo egoísmo lo que impide a la gente que piense de la manera inadecuada en la que se mantienen y tratan los caballos? ¿ignorancia?

Un problema es que no sabemos cómo definiría un caballo las condiciones para su bienestar, una falta que se extiende a los científicos que deben de ser capaces de informarnos. No hay por ejemplo estudios que demuestren cuáles son los mejores tamaños y composiciones de caballos en grupo, ni cuánto espacio necesita cada grupo, ni la mejor manera de reparar la falta de educación social en la vida temprana. Y en este punto nuestras preguntas van en dos direcciones: ¿qué es este animal? Y ¿cómo aprendemos a cómo tratarle?

La primera es la materia de la etología, asunto en que hay cada vez más interés, aunque mucha mala información. Como he indicado, hay una equivocación común: la de identificar la agresión con la dominancia y la autoridad. Este error (del cual la raza humana ha sufrido tanto también) tiene dos efectos. Uno es la de animarnos al uso de la violencia para “someter” el caballo, reflejado de forma menos abierta en la práctica de aumentar una presión hasta causar dolor. Hay una percepción de que tenemos que hacer sentir incómodo al caballo hasta que haga lo que queremos, sin cuestionar si esta es la manera más efectiva de aprender que tiene el animal ni por supuesto si esto presupone sufrimiento por su parte.

La segunda consecuencia de este error es la de ver la agresión, vista a menudo entre grupos de caballos domésticos, como su manera de “trabajar la jerarquía” en vez de una indicación de malestar. Los caballos salvajes no exhiben estos niveles de agresión. Pues ¿qué estamos haciendo mal? Es solo al comparar las condiciones en las que vive el caballo salvaje con las domésticas lo que nos revela los problemas que causamos.

Pues, ¿cómo aprendemos? Es triste, pero verdad que donde aprendemos – en las hípicas y en los que admiramos, los competidores – que a menudo se ven los peores ejemplos de malestar. Los estudios recientes demuestran que más del 90% de los caballos de carrera en entrenamiento tienen úlceras gástricas. Pero los caballos deportivos no escapan a esta lacra: hasta el 90% de los caballos de RAIDS en competición los tienen, los niveles cambian siendo solo un poco menos en los caballos de otras disciplinas. E incluso los caballos de ocio salen con un 50%. Por lo visto – los estudios están en progreso – una gran parte de este problema es el hábito de darles grano o pienso. Ya hemos sabido desde hace tiempo que el sobrealimentar con pienso da problemas de muchas formas, pero que el mero hecho de darles grano perjudica su bienestar es algo novedoso de verdad. Y da lugar a más preguntas: ¿cómo se mantiene un caballo atlético y lleno de energía sino con pienso? ¿Cómo convencemos a las compañías de pienso, que intentan que sus productos mantengan al caballo en buena salud, que están vendiéndonos problemas?

Aparte de su nutrición hay el asunto del trato y la monta del caballo como está enseñándose actualmente y por eso la cuestión de la formación de los que los enseñan. Los malos tratos que pasan desapercibidos en muchas hípicas no son algo consciente sino que simplemente no son vistos como malos tratos. La desensibilización y depresión del caballo usado para dar clases a los principiantes está visto como inevitable. No se cuestiona si hay mejores métodos de enseñar, porque el monitor mismo estaba enseñado así y además su formación confirma que estos métodos son los “correctos”. Sin embargo, hay profesores de monta, no solo en España sino también en muchos otros países, que han cuestionado y pensado y han terminado por elaborar esquemas de enseñanza en que el sufrimiento del caballo y su apatía no son inevitables: la equitación centrada de Sally Swift quizás es el mejor ejemplo conocido pero hay muchas otras.

(Kissing spines) Artrosis de la columna en los últimos torácicos. La gran mayoría de los caballos de clase y los montados con mal asiento, sufren gran dolor por este origen, pues asumen una mala postura y malos hábitos de “no quiere”.

Estos profesores han visto que nuestra sociedad ha cambiado tanto que los alumnos no tienen la consciencia del cuerpo, la propiocepción y el atletismo que estaban acostumbrados en los tiempos en se desarrollaban los métodos de enseñanza usados actualmente en la formación del monitor. Tampoco es normal en la vida moderna estar rodeados de caballos en la calle, pues la gente tiene bastante más miedo de ellos que antes, sintiendo una ignorancia enorme hacia este animal. Es tiempo de cuestionar la forma de introducírsela al caballo y por eso la formación de los que harán esta introducción.

De la misma forma, creo que es tiempo de cuestionar la formación del domador, la cual no incluye el estudio de cómo aprende este animal, qué está enseñando, ni contempla el mantenimiento del potro en grupos en libertad, aunque está comprobado que esta facilita su doma.

¿Y la formación del juez? ¿Cuándo vamos a ver la aplicación verdadera de este criterio admirable del FEI, el atleta feliz?

En general, es hora de adaptarnos a los tiempos, reconociendo e incorporando nuestros nuevos conocimientos, nuestra nueva sociedad y nuestras nuevas sensibilidades y debilidades en el mundo ecuestre. Esto pasa por cuestionarnos a nosotros mismos y a las autoridades que definen nuestros criterios. Sino que la autoridad no ha de verlo como una ofensa si no como una oportunidad de explicar por qué.