Aventurándote tan cerca del cielo, te mojas de vez en cuando.
Toño y yo estamos bien hartos después de un día y medio de lluvia, aunque los caballos, venidos de tierras secas, disfrutan de la hierba rica de alta montaña o descansan con sus grupas en el brezo. Estamos a 1,800m. en los Picos de Europa, agachados debajo de una lona: por un momento ciegos, envueltos en nubes empapadas, maravillándonos con la visión de torres de caliza, acantilados vertiginosos y valles cayendo que nos revelan brevemente la niebla abriéndose. Es tiempo de reflexionar sobre las sensaciones y visiones de los últimos días de nuestra travesía: el índigo intenso de las flores, los rebecos saltando abajo entre la escoba, las vacas trepanando los precipicios, los hayedos llenos de jabalíes y unas vistas inmensas sin fin.
Viajamos con tres caballos. Atila, el capado de carga prestado por mi amigo Héctor, ha atravesado estos senderos durante más de 20 años y no hay nada que le falte saber. Babia, el capado de Toño, es un Lusitano que pasó dos años atado al pesebre en la oscuridad antes de redescubrir su mente y cuerpo en tales aventuras. Mi Lula, también mayormente Lusitana, es una yegua criada en pequeños parches de terreno alrededor de un pueblo. Todo lo nuevo para ella es un encanto: las vacas, el acampar, las panorámicas, el lobo….tiene hambre de nuevas experiencias. Vino a mi sin domar y la he montado unas 15 veces, entonces no está ni preparada ni en forma. Pero se preparará en el viaje. Es cuestión de adaptar el ritmo a sus capacidades. Ya que no llevamos pienso, hacemos dos horas antes de parar, dejarles comer y descansar, y luego otra etapa, un ritmo que nos permite apreciar estas vistas sin prisas.
Nos lanzamos a estas aventuras anualmente, ya que para nosotros son la mejor, más natural y por supuesto más agradable manera de fomentar lo que queremos en un caballo. Creo que para todos, las cualidades que buscamos en ellos son las mismas, aunque la importancia relativa que damos a cada una varía bastante: que seamos buena compañía uno del otro, lo que depende en parte de la comunicación que establezcamos; la fuerza para llevarnos cómodamente sin dañarse; la agilidad y la ligereza de sus movimientos por debajo de nuestro peso; y la sabiduría que le permite enfrentar retos sin estresarse. En alta montaña, el caballo desarrolla estas cualidades por sí mismo, sin que tengamos que obligarlo, porque el terreno lo exige. En este sentido, es la doma más natural del mundo.
Para un caballo, sus compañeros de confianza están presentes 24/7. Comen juntos, descansan juntos, viajan juntos. Es la verdadera unión, a la cual no se llega por ejercicios en la pista sino por vivir juntos durante semanas, día y noche, nunca separándose, cuidándose mutuamente en la exploración de lo desconocido y apreciando las percepciones distintas del otro. En las secciones difíciles, desmonto y dejo a Lula correr adelante como quiere, investigando y escogiendo su camino. Después de varios días, cada vez más la encuentro caminando a mi lado; siento su aliento caliente en mi brazo mientras respira mi olor, como hace con su amiga en mi finca. Ajusta su tranco al mío; me toca suavemente para llamar mi atención o pedirme que le quite las moscas entre sus piernas. Estamos en vía de desarrollar la comunicación profunda que prescinde de las señales conscientes, se efectúa simplemente por saber dónde está el otro emocionalmente y fluir juntos. Así, miro al collado y Lula sabe a dónde vamos; mientras subimos casi escalando, la dejo a ella dictar los detalles, pues los pies que nos llevan son suyos. Mi parte de la conversación es la de adivinar sus elecciones y ajustar mi equilibrio para no perturbar sus cálculos. Es decir, tenemos respeto mutuo hacia nuestros distintos roles en esta expedición.
A la vez, este respeto es un pilar fundamental en la creación de la confianza mutua. Aunque hay muchos que hablan de la confianza, me parece que poca gente tiene confianza en sus caballos y sus habilidades de aprender y de cuidarse. Esta falta se demuestra en la obsesión por el control que reprime al animal y le impide cualquier oportunidad de educarse tanto mental como físicamente. Curiosamente, son los caballos destinados al alto rendimiento los que sufren más la sobreprotección que les vuelve blandos los tejidos del sistema locomotor, tímidos y no demasiado listos para pensar por sí mismos cuando toca: es decir, aptos a lesionarse y accidentarse. Se aprende este respeto al verles en acción.
En alta montaña el proceso de fortalecer al caballo pasa naturalmente, es decir, sin la necesidad de trabajar en ello. Impulsado por su curiosidad y el hecho de que es un animal de marcha por naturaleza, el caballo anda con energía. En particular son las subidas largas las que fortalecen, con el caballo en posición perfecta para el óptimo desarrollo muscular: con la cabeza abajo, el cuello arqueado, los pies avanzando bien por debajo de la masa del cuerpo y el dorso redondeado. Somos nosotros los que tenemos que aprender cómo montar en estas situaciones: en suspensión, de pie en los estribos para liberar el dorso del caballo y con las riendas completamente sueltas para que estire el cuello.
Atila muestra a la perfección el resultado. Es un caballo robusto, del país, del tipo normalmente poco apreciado. Pero su musculatura es mejor que cualquier caballo de hípica o la mayoría de los caballos de alta competición, con la grupa, el dorso y la cruz llenos, sin ninguna señal de contractura. Un vistazo a los sementales salvajes del monte los revela como culturistas aunque sin las señales de ejercicio artificial. Es la alta montaña el mejor entrenador. Atila es como un tractor: sube y baja las inclinaciones agudas sin cambiar su ritmo: impresionante ver cómo los grandes pistones de sus corvejones trabajan.
Mientras las subidas fortalecen, las bajadas exigen que el caballo aprenda a controlar su equilibrio. Para Lula, fue demasiado difícil hacerlo con mi peso encima hasta desarrollar su fuerza (por eso, desmonté para las bajadas), pero después de un par de semanas, podía descender las bajadas fuertes y prolongadas sin perder su equilibrio.
En estos cambios de equilibrio, que son constantes en tales terrenos, tenemos que saber cómo ayudar al caballo con nuestro peso y dejar su cabeza y cuello libres, ya que su posición afecta el equilibrio y el uso de su cuerpo. De nuevo, hay que tener la confianza de que el caballo sabe mejor que nosotros y no quiere suicidarse. Héctor dice que en sus rutas su mayor dificultad es la de convencer a sus clientes, a menudo sin ninguna experiencia de montar en montaña, que el caballo nacido y trabajado allí, sabe perfectamente cómo moverse y que no hay que impedírselo.
La fluidez de nuestro cuerpo y falta de tensión, son lo que deja al caballo estirarse, la base de la agilidad que tanto valoramos sobre todo en el deporte. Trepando los caminos de vacas (¡vaya que deportistas estas vacas!) con sus escaleras, arbustos para evitar y arroyos tramposos, el caballo empieza a tener la agilidad de un mono si le dejamos. Un día monté a Atila, esperando sentirle pesado como muchos de su tipo, especialmente los de la hípica o de rutas en terreno más fácil. Me impactó tanto su ligereza y delicadeza de respuesta, que empecé a jugar a espalda adentro, piruetas, cambios de mano al galope y apoyos: los movimientos avanzados de la doma formal que le faltan por completo. Aunque le sorprendió encontrarse pedido a hacer estos movimientos, los hizo con una facilidad impresionante, porque los hace cada vez que sale, normalmente en ángulos absurdos.
Esta sabiduría de cómo usar su cuerpo por debajo de nuestro peso, lo que aprende por sí mismo, es solo un aspecto de la sabiduría que el caballo adquiere durante una expedición larga. El caballo sabio, reserva su energía para los esfuerzos necesarios, y la da con ganas; no despilfarra sus reservas poniéndose impaciente cuando paramos para consultar el mapa o un pastor, sino da un vistazo breve a su alrededor y baja su cabeza a comer. En cambio, cuando paramos para la noche y chequeamos que hay buen pasto, agua y sitio para dormir, vemos a los caballos hacer lo mismo, chequeando la vista, las hierbas y el abrigo antes de empezar de comer. Cuando se ata a un caballo sabio con una cuerda larga para pastar, siempre marcha con contundencia al final de la cuerda, para saber exactamente cuánto tiene, antes de empezar a comer. Sabe no asustarse cuando los sementales gigantes del monte llegan a buen galope para investigarle y los deja sin protestar. Sabe ignorar perros histéricos, escalar precipicios, mover vacas, cruzar ríos….y sabe cuándo tenemos razón y cuándo no.
Les da gran satisfacción la sabiduría: saber cómo comportarse en cualquier situación o por lo menos mantener la calma mientras se la examina, es la confianza misma, de la que se les reprime por tenerlos demasiado controlados sin las oportunidades de aprender, que disfrutan tanto.
Para mí, estas excursiones son la verdadera doma natural, en la que no hago nada salvo disfrutar mientras el caballo se educa a sí mismo. Sé que hay muchos convencidos que quieren tener estas experiencias con sus caballos, pero no se atreven. Es verdad, hay que tener mucho respeto por la alta montaña y lo que puede pasar allí. Una manera de adquirir los conocimientos necesarios es empezar por rutas más fáciles – el camino de Santiago o una cañada real, por ejemplo – donde hay siempre ayuda cerca. La otra es pedir a Héctor que te enseñe.